Surire de Bettina Perut, Iván Osnovikoff


6ª Sesión 

Temática Decolonial
Surire de Bettina Perut, Iván Osnovikoff








Sinopsis
El Salar de Surire está ubicado en el altiplano chileno a 4.300 metros sobre el nivel del mar, en la frontera con Bolivia. En sus alrededores vive un puñado de ancianos, los últimos sobrevivientes de la cultura aymara en el área. Como telón de fondo, la maquinaria de una faena minera deambula por el paisaje, entremezclada con flamencos, vicuñas y llamas. SURIRE es una película que desde la observación y el lenguaje visual, retrata este espacio único en el que conviven la belleza natural, el absurdo humano, y el ocaso cultural.








Textos, comentários, ideias de lxs participantes




texto de Rodolfo Monserrat Pintado

En este documental descubrimos el “Salar de Surire”, reserva silvestre protegida situada en el extremo norte de Chile y cerca de la frontera con Bolivia. Surine es un lugar de clima extremo, tan árido y desierto que parece imposible que coexistan llamas, vicuñas, una colonia de flamencos, ciertos insectos y hasta fauna vegetal.
La cinta parte desde el suelo, burbujeantes aguas mezcladas con gas que emerge del interior de la tierra. Todo es prácticamente desolador, un lugar donde parece haberse detenido el  tiempo.
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Entre toda esta soledad, aún perviven unos pocos ancianos, supervivientes de la cultura aymara (pueblo originario de América del Sur que habita la meseta andina del lago Titicaca desde tiempos precolombinos) que se resisten a cambiar su modo de vida.
Como elemento de fondo, y en contraste del progreso frente a lo costumbrista, está el trajín de una exploración minera, probablemente de sal y, sus trabajadores con el transporte en carretera del mineral en cuestión. Este es el único ruido externo que tienen sus habitantes anclados en el pasado.
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Los directores se centran en la figura de dos personajes; de Dardo y de Clara.
Por un lado encontramos a Dardo, un vigilante de la Corporación Nacional Forestal (CONAF), que se instala en la reserva como un trabajador más de la explotación y ahora, por circunstancias de la vida, anda casado con una mujer local.
Por otro a Clara, una anciana mujer de la que vemos como es su dia a dia. De cómo se lava,  prepara la comida, como arregla su humilde morada y hasta cómo le corta el pelo, eso sí a trasquilones, a sus dos perros, su única compañía en lo habitual.
A parte de ella, sus mascotas y su soledad, aparece un joven en discordia, un chico que dice ser el hijo de una pareja que ha salido temporalmente de las montañas y, este cuida en cierto modo al rebaño de vicuñas de sus padres y, a la vez “acompaña” a la octogenaria pero sin mediar demasiado diálogo entre ambos. Es más una comitiva física que otra cosa, porque la mujer ejerce sus responsabilidades prácticamente sola.
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Como detalle, vemos sobre este muchacho el cambio de tendencia cultural hacia la globalización en el hecho, casual o no, de que viste con lo típico de su cultura y entre todo ese ropaje, camuflado en su gorro apreciamos el símbolo de Nike, algo que parece indicar que progresivamente el valor cultural empieza a desaparecer con la interacción de elementos externos.
Los únicos momentos de conexión fuera del entorno natural es cuando deciden hacer autostop frente a los camiones mineros para llegar al pueblo más cercano, visitar al callista de turno y celebrar el día de Navidad. El resto del tiempo, lo pasan conectados al habitat, nada más.
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Parece que lo que se pretende en “Surire” es mostrar de la forma más real posible cómo se vive allí sin que la camara esta sea un obstaculo que modifique ni corrompa el funcionamiento de sus vidas diarias. En esto que comento, solo vemos en un par de incisos de esa voluntad de no “actuar” como es cuando el muchacho que “pide en voz alta” pegamento para arreglar su bicicleta y posteriormente parece marchar con ella arreglada o cuando las llamas empiezan a devorar el tejado de la casa de la anciana, pero nadie de los que filma se acerca a ayudar a sofocar el incendio.
Parece un mecanismo de ojo fijo, pero a la vez no deja de ser la forma de no ser un intruso en los acontecimientos que se suceden.
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Ello hace entrar a debate si filmando se consigue retratar la realidad o simplemente es una pura actuación el hecho de saber que estamos siendo observados por un tercero. En este caso parece que ese intercesor se difumina para mostrar lo más verdadero de esos parajes.
La cinta finaliza con la llegada de una pareja de turistas al salar y con las mismas imagenes de como empezó, con ese burbujeo de agua desde el suelo.
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Indirectamente el documental es claramente una llamada SOS de lo que queda de la cultura aymara y del valor de protegerla como, de igual modo, es una denuncia medioambiental por lo que está pasando en ese lugar donde, de forma “legal” o ilegal, se está destruyendo un hábitat protegido y de continuar así, con una alta probabilidad de desaparecer en su totalidad. Parece que estar entre fronteras hace que el concepto de “identidad” puede volatilizarse sin más, convirtiendo, a modo de símil, como único vestigio de su existencia la sal que queda sobre el terreno.
A destacar la calidad y colorido de las imágenes, en la forma en que se capta la belleza natural tanto en cuanto a territorio como primeros planos a la fauna autóctona del lugar. A nivel narrativo no puedo destacar demasiado, puesto que no hay diálogo verbal pero sí un excelente trabajo de montaje y revisión del mismo. En definitiva, “Surine” es pura poesía visual donde las arrugas son el único elemento que marcan el paso del tiempo en un lugar inalterable al tic tac del reloj.





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